Hace mucho frío, demasiado para estar desnudos en mitad de la noche. No podía creer que algo tan inocente como el arte se convirtiese en algo tan salvaje y sucio como el sexo. Enfoco, abro un poco más el diafragma y penetro con fuerza y ternura. El contraste me encantaba; el pálido blanco de las sabanas con el intenso rojo de su cabello y una mirada penetrante azul turquesa.
Todo se queda entre las sabanas, todo se fusiona y en un abrir y cerrar de ojos, tan rápido como un disparo de mi canon 550. Le pregunto que si no le importa quitarse la camisa. Entre la vergüenza y el disimulo se va desabrochando; yo me acerco retratando cada segundo y, antes de que llegue mañana, estamos jugando al baile de las narices. Lo más bello de un beso son los segundos previos a ello; es allí de donde se podría extraer el amor puro.
Y ahora estamos bajo el mismo edredón de plumas blancas, como su tez. El reloj marca las 7:45 am en su pantalla roja. Todo es rojo. No se si es que todavía queda algo del carmín color russian red en mis venas. Hoy paso de ir a trabajar. Me doy la vuelta; miro, sigue allí. Espalda desnuda, solo le queda una pequeña braguita carmesí. Me acerco con suavidad y dulzura; no quiero despertarla; la abrazo y mis piernas se entrecruzan con las suyas. Y yo con los calcetines puestos. Se da la vuelta me mira fijamente y me besa con sumo cuidado. Y dice; los sueños nunca son eternos.
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