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viernes, 16 de septiembre de 2011

Un compás de 79 horas.



Dicen que los compases de la muerte son muy parecidos a los del adagio. El dulce grave sonido del violonchelo aturdían sus ideas. Llevaba 36 horas en aquel maldito tren de 79 horas de trayecto. 
Y en el hilo musical no hacen nada mas que reproducir un adagietto tras otro, recordándome la perdida de ella.
Mi nombre es Jacob estaba más que harto de todo ello y sabía que el viaje iba a ser largo. Sólo ansiaba el cambio. Me levante, mire a ambos lados del pasillo y me encamine hacía el bar de aquel inmenso tren.
Gin tonic siempre en copa de balón, mirando a la nada mas infinita entre en un ir y venir de camareros. Botellas que se vaciaban en caballeros despechados, y señoritas de mala vida. Recuerdos que secuestraban vidas por completo.
-¿Como puedes beber eso?- dijo ella. Tarde un rato hasta entender que estaban hablando conmigo. -¿ y tu por que fumas en una zona prohibida?- Estaba seguro de que era una androide, pero su belleza era tal, que era demasiado real para ser una humanoide.
Fue el primer contacto y nunca lo olvidaría. Al igual que tampoco olvide cada una de sus hermosas curvas, ni cada centímetro de piel morena. Siempre tan directa como aquella noche. Yo un prófugo y ella una prostituta maltratada, menuda estampa. Podríamos protagonizar el mejor relato negro de aquel maldito tren.
Después de unas copas en aquella barra y un baile demasiado salvaje, nos dirigimos a mi compartimento. Los derechos para los humanos siempre eran superiores que para los androides. Allí seguimos robándole horas a aquel maldito reloj, que siempre al mirarlo marcaba las misma siete y diez. En un mundo donde la noche y el día se unían, poco nos importaba ya las horas, los minutos ni los segundo. Sólo ella y yo.
- Sabes que esto es inusual, nunca imagine que esto ocurriría - Exclame yo un poco perplejo por aquella situación. Era todo tan natural y tan perfecto. Me daba miedo el que se terminase, pero se terminó y sabía que nunca más se produciría algo así.
Cuando pasaron las ocho horas de un ciclo, ella se marchó. Todavía puedo oler y saborear aquello. El adagio se convertía en un andante y este a su vez en un presto, para terminar piano. Nuestros compases estaban muy lejos de bailar con la muerte. Por una noche fueron uno, un solo compás de pura pasión.
Seguían las siete y diez en el reloj, pero no sabía cuantos ciclos habían pasado desde la ultima vez que lo vi. Me dirigía de nuevo al bar. Todos los atormentados necesitamos más alcohol del necesario para subsistir. -¿Sigues fumando en lugares prohibidos?- Le dije a una chica morena cuyo trasero, cuya espalda y cuyo rostro al volverse eran idénticos. Pero ella no era la misma. Su gesto no era el mismo. - Siempre fumo en el mismo lugar, en la zona de androides- Era tan cierto aquello que no me percate del detalle. Había estado bebiendo en la zona de androides, y todas eran iguales. Era imposible adivinar cual era mi chica.
El camarero al verme con tal preocupación. - Eso no lo arreglara ningún trago seco- le mire extrañado.- ¿Sabe si alguna es distinta?- me miro fijamente y como si fuese una pregunta muy habitual respondió. - Claro que alguna es distinta todas los son, cada ciclo se reprograman con una inteligencia artificial nueva; pero usted en realidad a quien busca es a la original- Con medio cuerpo invadiendo su espacio de barra le agarre por las solapas. - ¿Donde la puedo encontrar?- Muy asustado me indico una pequeña puerta detrás de la zona de androides.
Mis miedos me volvían a invadir. ¿Y si al abrir aquella puerta no está o simplemente está pero con otro?.  A lo mejor hubiera sido mejor quedarme con el buen recuerdo de aquella noche. Pero la puerta se abrió sola, y allí estaba ella. Tendida sobre aquel sillón Chester negro. Entré con premura y haciendo gran estruendo. Giro levemente su cabeza. - Jacob, solamente una noche esas son las normas de la casa - A veces es mejor no romper las magias de noches misteriosas. 
Entre tanto yo sigo esperando en que alguna noche, en la locura salvaje de este Shanghai post moderno. Nos encontremos las dos almas rotas durante el crepúsculo y  sentir aquel compás disonante que en un baile final no dudaría en hacerlo por ultima vez.