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lunes, 24 de agosto de 2009

Ojala hubiera llovido

hacia tiempo que no escribia por aqui; pero de nuevo vuelvo. aqui os dejo otro texto haber q os parece.

Ojala lloviera; pensaba él. Deseoso de que se terminara el verano. Harto ya del sol, harto de no hacer nada; harto de estar harto.

Agitaba lentamente la cucharilla en el café descafeinado; que horrible invento; pensaba él cada vez que lo pedía. Era como le hubieran arrancado el alma al café durante su torrefactado. Mientras miraba por la ventanilla del tren veía dos silos enormes.

- los rascacielos del campo – dijo una chica que se sentaba a su lado.

Era un día soleado; sabía que acabaría en amor platónico; sin embargo si hubiera estado lloviendo, seguro que hubiera acabado en algo más que en una conversación en el tren.

Siempre había soñado con conocer a alguien en el tren y acto seguido acometer el acto más sensual e impuro en el baño.

-perdona- respondió a joven chica.

- no te decía, que los silos son los rascacielos del campo- espeto ella.

Era cierto lo que decía; el bien lo sabia, y mas de una vez lo había pensado.

- tienes razón; pero además son rascacielos solitarios; como almas solitarias en mitad de la estepa- dijo el.

Ella se quedo algo estupefacta ante una respuesta tan profunda.

-pero los silo se ven uno a otros; las almas solitarias están destinadas a quedarse solas viendo siempre como se aleja su parejas como este tren que nunca para.- respondió ella contrarrestando con mas profundidad si cabe.

El sin embargo se quedo maravillado ante tal planteamiento; y le seguía fastidiando que hiciese tan buen día. Veía alguna nube al fondo pero demasiado blanca y algodonosa. No le serviría para su propósito.

Ella se le acerco le miro a los ojos; le dio un pequeño beso y le susurro -espero verte pronto –

Acto seguido sonó el aviso de la próxima parada; ella se levanto y tan rápido como vino se fue.

El se quedo sin saber que hacer; nunca imagino que algo así le sucedería a alguien tan normal como el.

Cada vez que volvía a tomar el tren miraba en el andén haber si la veía; pero nunca estaba. Hasta que un día la vio; subió a su mismo coche, vio como entraba por el pasillo y se quedaba en el asiento justo al suyo; pero de espaldas. Estaban uno junto al otro y ella no lo sabia, el había sido cauto para que ella no le viera.

El miro por la ventanilla del tren y vio un silo en un paraje castellano de un hermoso día soleado.

Se quedo callado; era bella pensó, demasiado para mi. Desde un primer momento supo que iba a ser un amor platónico. Fue la última vez que la vio. Ojala hubiera llovido.